el_pohl wrote:
A 36 horas - o algo así - del partido contra Irán tengo un poco de miedito...
Imagínate yo, que viví los mundiales de Chile (de niño), Inglaterra (de chavito) y Argentina (de joven adulto).
He aquí la historia de mis primeros mundiales (es cut & paste, no creas que la acabo de escribir):
Chile 62: "El último minuto también tiene 60 segundos"
El primer Mundial del que tengo memoria se celebró en Chile, 1962. Recuerdo un día que salía de la escuela y, desde el camión, miré los titulares de los periódicos vespertinos: "Brasil, España y Checoslovaquia". No sabía de qué se trataba, pero una súbita desazón se apoderó de mí. Al otro día me lo explicaron mis compañeros: eran los tres rivales que le habían tocado a México en el sorteo. Yo no sabía bien a bien por qué razón, pero los grandes habían llegado a la conclusión que estábamos perdidos.
Brasil, campeón defensor, le ganó a México 2-0, en un resultado esperado. Luego vendría un partido que afectaría por décadas la psique nacional. El futbol español vivía una época gloriosa. El Real Madrid, base de la selección, había ganado 5 de las últimas 7 Copas de Campeones de Europa y la furia roja sería, dos años más tarde, campeona continental. Escuchamos por radio un partido intenso, en que el que México le jugó al tú por tú a aquel equipo de grandes estrellas. El juego estaba por terminar y ya se cantaba el punto conseguido. Faltaba un minuto y Del Aguila cobraba un tiro de esquina a favor de México. Dijo el narrador, Fernando Marcos, en un momento de negra intuición: "me temo lo peor". Del Aguila cobró el corner, la defensa rechazó y la bola cayó a los pies del mediocampista Gento, quien se internó por la banda izquierda, lanzó un centro sin ver, la Tota Carvajal le gritó "¡déjala!" a nuestro defensa central, el Gallo Jáuregui, pero Jáuregui estaba sordo y rechazó de cabeza. El balón fue directo hacia Peiró, quien de un cañonazo batió la cabaña mexicana e hizo que la Tota hiciera el berrinche de su vida.
Allí, en ese momento triste de la derrota agónica, en la tragedia del Sausalito, nació aquella frase de Fernando Marcos: "el último minuto también tiene 60 segundos".
Luego vendría otro gran partido de la selección, en la que derrotamos 3-1 a los checos, a la postre subcampeones. No fue suficiente para dejarnos el sabor de boca de que tenían razón los grandes: desde el principio estábamos perdidos.
Inglaterra 66 : "¿Por qué se nos niega?"
Era la primera vez que un Mundial se transmitía en vivo. Hacía cuatro años, en Chile, vimos los partidos diferidos, ahora la magia del control remoto nos los traía al instante. Lo malo es que los juegos eran en horario escolar. Así fue que me perdí la derrota nacional 2-0 ante Inglaterra, cuando Nacho Trelles mandó a la patria entera a defender el 0-0. En cambio, por ser en fin de semana, pude ver el empate a uno con Francia: gol inolvidable de Borja.
El partido clave era el tercero, contra Uruguay. Si ganaba México, clasificaba a cuartos de final. La euforia en la escuela era tal, que nos dieron las dos últimas horas libres. Así que abordamos en masa, y sin pagar, los camiones Juárez-Loreto y cada quien se fue a su casa a disfrutar el juego.
México dominó todo el tiempo. Los uruguayos repartieron caña. Hubo un par de jugadas nuestras que casi culminan en gol. En una de ellas, el Tetos Cisneros disparó, la bola pegó en el poste y dio un largo, exasperante paseo delante de la línea defendida por Mazurkiewicz, llegó al otro poste, hizo una comba y salió por la línea de meta.
Fue entonces cuando Fernando Luengas, el narrador de Telesistema, acuñó otra frase inmortal, que sin duda resume el sentir más hondo de un país que se sentía (o "se sabía", si le preguntáramos a los mayores de ese entonces) inferior: "¡¿Por qué se nos niega?!"
Cada quien para sí y Dios contra México. México 0, Uruguay 0. Los charrúas calificaron.
México 70: se inaugura el Angel
El Mundial de futbol en México fue pretexto perfecto para que mis papás compraran una tele a color, que inauguramos con el partido entre el Tri y la Unión Soviética. Invitamos a los Valle al cuarto de la tele, y disfrutamos el cero-cero escuchando como fondo las disquisiciones de mi mamá con doña Pepita Valle, que andaba en un día particularmente hipocondríaco.
Como la población estaba metidísima en el fut, las autoridades permitieron graciosamente un concierto gratuito de rock en Ciudad Universitaria. Tocó Canned Heat, un aceptable grupo de blues, muy conocido en México por la presencia del baterista Fito de la Parra. Fui con Víctor, mi mejor cuate de la época, mi novia y su hermana. Regresamos a casa contentos, sintiéndonos, aunque fuera un poquito, ciudadanos jóvenes del mundo.
Después de ver el partido en el que México derrotó 4-0 a El Salvador, Víctor y yo nos dirigíamos a la Zona Rosa cuando vimos algo inédito. Una veintena de personas ondeaba banderas mexicanas (y una salvadoreña) junto al monumento del Angel de la Independencia. Fuimos al chisme. Gritamos "Mé-xi-co, Mé-xi-co", tal y como nos lo impuso el anuncio de Viana. Seguimos a la gente que coreaba "Mé-xi-co-Bra-sil-Sal-va-dor-Pe-rú-U-ru-guay", en febril latinoamericanismo. No llegamos a juntarnos cien personas, pero habíamos inaugurado una tradición.
El juego que todos esperaban era Brasil-Inglaterra. Los medios desarrollaron una abierta campaña brasileñista (cosa fácil, con el jogo bonito de la verde-amarelha) pero sobre todo antibritánica. Sucede que los medios ingleses, previo al Mundial, publicaron artículos en los que se denunciaban males como la corrupción, la represión y la simulación de los inversionistas prestanombres (el nacionalismo impedía a los extranjeros ser propietarios mayoritarios de las empresas, pero la inventiva nacional es inagotable). Tal vez porque entre esos medios estaba la BBC, y el gobierno mexicano actuó como el león que cree que todos son de su condición, todo el tiempo escuchábamos que los ingleses decían mentiras sobre México, que escupían en el plato del anfitrión y otros golpes de pecho. La fobia llegó a tal grado que mi mamá decidió no ponerse durante varios meses un vestido que tenía estampado el Union Jack (lo que aquí conocemos erróneamente como "bandera de Inglaterra" y que era parte de los dictados de la moda de Barnaby Street), no fueran a pensar que le iba a Inglaterra.
Ese era el único partido que le interesaba a la hermana de mi novia, convertida en rabiosa fan del equipo de la rosa por razones políticas. Nosotros coincidíamos en que había una manipulación del gobierno, pero los ingleses habían ganado con trampas el Mundial anterior y los brasileños tenían la magia de Tostao y de Pelé (O Rei). Ella se la pasó quejándose de la parcialidad del narrador de la tele (pues sí, era un brasileño) y de nuestros gritos cuando, en los albores del segundo tiempo, Jair hizo el gol que dio lugar a la posterior sambinha.
El partido clave para México era contra Bélgica. Un claro penal y una serena ejecución del Halcón Peña nos dieron el pase a cuartos de final. Como por inercia, fuimos al Angel, a ver si pasaba algo. Había cientos de personas, que luego fueron miles. Tengo grabada la imagen de mi novia, su amiga Robin, González Rolante y yo corriendo por Reforma, tomados de la mano, González haciendo la "V" de la victoria con los dedos índice y medio, y sosteniendo un toque de mota con el anular, el meñique y el pulgar. Como con Víctor en el 68, nada más llegamos al Caballito. De regreso, en vez de militares malencarados, nos encontramos, en plena verbena, que los aficionados habían arrancado un enorme balón de futbol que adornaba la entrada del Hotel María Isabel y lo rodaban rumbo al Zócalo, donde amaneció.
Luego, el breve lapso de esperanza que nos dio el Calaca González frente a Italia, antes de que Calderón se convirtiera en Coladerón, el vibrante "partido del siglo" cuando Italia derrotó a Alemania en una batalla épica, en la que el Kaiser Beckenbauer fue el auténtico héroe y la final que coronó, con marca perfecta, al Scratch de Oro. Pero si me preguntan qué es lo que más recuerdo del Mundial del 70, responderé que fui a un concierto de Canned Heat, porque el rock empezaba a dejar de estar prohibido.